lunes, 29 de diciembre de 2014

La primera vez que perdí la cabeza por una mujer

I

Corrían mis eternos veinte años —no es que todavía los tenga porque me sienta joven, sino porque sigo siendo igual de ingenuo— y yo todavía estaba de novio. Hace ya dos años que estaba en la facultad y me había emancipado de mi grupo de pertenencia. Dejé atrás varios amigos que supe hacer en el turno mañana para emprender una nueva etapa en el turno noche. Cursé varias materias de distinto calibre y todas las cursé solo con varios compañeros que no conocía. Mi timidez —también eterna, pero ahora menos patológica— me impedía hablar con mucha gente y hacer nuevos amigos, así que dedicaba las horas a prestar atención y a escuchar la clase; durante los recreos me la pasaba pensando en mi novia, en lo que tenía que hacer, miraba el celular.
Pasaron los días y algunos meses también y hablaba con alguno que otro. Poco a poco me iba soltando e iba mostrando, en absoluta confianza, mi verdadero yo: un tipo sensible al que le gustaba hacer chistes sobre todo lo que escuchaba.
Para ese momento yo gozaba de una cierta estabilidad emocional porque tenía novia y estaba enamorado dentro de todo. Estabilidad que se traducía en miedo a pérdida, en inseguridad porque pensaba que ella era la única mujer capaz de enamorarse de un tipo tan beligerante, libre, leal y mentiroso, muy pensante y maquinador que le gustaba hacer lo que quería todo el tiempo, a quién le gustaba vivir todo como si fuera un realismo mágico sacado de un libro de Rulfo. Yo pensaba, para ese momento, que mi novia era todo, que me iba a casar y que nuestros hijos se iban a llamar Julio y Maga. Pasaban los días y esa inseguridad y miedo de no querer que me dejen por la incertidumbre que genera no volver a encontrar otra persona que me ame con esa locura insana, se transformó en un clavo para mí, en algo que no me permitía avanzar del todo, que no hacía que yo pudiera conocer a otras mujeres porque el miedo de que ella se enterara podía hacer que yo me quedara solo para siempre.
Empecé el tercer año en la facultad, el segundo a la noche y tal fue ese miedo, esa cadena psicológica que apenas entré a la clase de Selección de personal y me preguntaron quién era, contesté: Soy Matías, estudio hace tres años, trabajo en un banco y tengo novia. ¡Tengo novia! ¿Por qué dije eso? ¿Para qué? ¿Qué buscaba? Quizás dentro de mí pensaba: si lo digo estoy manteniendo intacto el buen nombre de mí amada mujer.

II

Estaba sentado detrás de una compañera y lo que voy a contar a continuación puede sonar más bien lisérgico o como digo “muy flashero”, pero realmente lo viví así. Estaba sentado detrás de una compañera, una rubia a la que yo había visto entrar. Supe ver sus ojos celestes que hicieron que trague saliva y comience a respirar más rápido, el corazón me palpitaba y durante tres segundos no supe disimular que la estaba viendo, hasta que por fin reaccioné “Maty, la estás viendo demasiado, vas a quedar como un violador” y corrí mi cara de arrebato como para dar a entender mi acérrima fidelidad.
Ella estaba sentada y yo detrás —perdón suelo desviarme, el relato tiene mucha memoria emotiva—. El profesor pregunta algo y yo contesto, y así sucedió el evento más mágico de toda la historia. El momento en el que me replantee toda mi relación. Cuando termino de contestar veo que esta mujer se da vuelta y me mira. Sostiene su mirada durante cinco segundos. Nos miramos y un hilo rojo se estaba tejiendo entre los dos. Yo inclinaba mi cabeza de a poco hacia la derecha. Ella empezó a sonreír levemente y pude ver de refilón sus hermosos dientes. Una luz diáfana y cenital se posaba encima de ella y la hacían ver tan angelical que hizo que yo también le sonriera tímidamente. Su pelo danzaba al compás de un vals que me invitaba a no dejar de mirarla. Un mechón lentamente se posó en su ojo y ella con su mano lo metió detrás de su oreja. Nunca dejamos de mirarnos. Esos cinco segundos fueron para mi eternos y hermosos. Nunca sentí las pulsaciones tan arriba, me puse nervioso, ella era hermosa, la mujer más hermosa que conocí, ella me había mirado de tal forma que sentí que me estaba auscultando el alma, sentí que mi corazón ya era suyo, que no podía dejarla escapar. Era algo muy raro lo que me pasaba o quizás yo era un muchacho muy enamoradizo queriendo encontrar otra mujer y liberar todos esos miedos e inseguridades que me agobiaban.
La clase terminó y ella se levantó raudamente. Yo la seguí pero con disimulo. Seguir a un ángel es difícil porque si se dan cuenta puede que ya no te contenga su divino regazo. Voy a dejar un poco la cursilería. Entonces ella salió y me acuerdo que caminaba para el mismo lado que yo. Un poco me alegró esta noticia porque quizás podría compartir aunque sea unos metros de nuestros sempiternos kilómetros. Ella caminó tan rápido que yo no tuve el coraje para correrla. Pero tampoco era necesario. Aunque me moría de ganas dije: si la corro va a pensar que me la quiero violar o que soy un maniático. Pero si lo sos Maty. Si ya sé, pero es mejor que todavía no lo descubra.

Pasó la semana y por dentro sentía las irrefrenables ganas de estar con ella. Estar con mi ángel rubio y besarnos y hacer el amor. Mientras tanto compartía mi vida diaria con mi novia. Poco a poco se convertía en una relación monótona. Mi novia me decía: estás raro, estás distinto ¿te pasa algo?, yo le decía que no, que nada que ver, que estaba agobiado por mi trabajo. En realidad por mi cabeza se repetía como una película una y otra vez los cinco segundos en que esos ojos celestes me miraron el alma y me acariciaron el corazón. Estaba totalmente atontado y pensaba en esta mujer todo el puto tiempo.
La volví a ver en la facultad y aquí es donde este relato empieza a acelerarse hasta llegar a la conclusión. Pasaron los días y la segunda clase que nos vimos le dije: el otro día te fuiste corriendo, pareces un robot y ella se rio porque también la imité con buena onda. Le dije que iba para el mismo lado y ella me dijo bueno hoy nos vamos juntos y por mis adentros sonaba la música de la victoria, todo mi ser estaba de fiesta aunque mi cara reflejaba un insípido “bueno dale”.

III

Nos fuimos conociendo poco a poco, yo encontré en ella una persona sensible que pintaba, que era generosa que se reía de todo lo que yo le decía, que me miraba y en su mirada yo me tranquilizaba y encontraba un poco de amor. Una persona que era diferente a todas las que conocía. Que hacía que mi corazón palpitara y que tuviera ganas de amar otra vez. Para ese momento en mi pareja estábamos atravesando un momento difícil y yo sentía que ya no la amaba tanto. En realidad sentía que ya iba perdiendo el miedo y las inseguridades: me sentía más libre.
Un día y después de conocernos y hablar bastante durante todo el cuatrimestre tuve el coraje de invitarla a salir. Ella aceptó y la música en mis adentros era otra vez de victoria. Iba a salir con un ángel y no podía ser poca mi alegría. Estuve rozagante durante los días venideros hasta que llegó el fin de semana.
El sábado me preparé bastante. Estuve eligiendo la ropa una media hora, me afeité, por supuesto me bañé, antes había ido a la peluquería, me puse perfume y también gel. Los ángeles no merecen menos que eso. La pasé a buscar a su casa de Almagro. Ella bajó y cuando el ascensor se abrió vi un jean azul que sobresalía, que, si bien no desentonaba tanto, era acorde. Levanté un poco la mirada y vi una remera azul que era mitad manga entera y mitad descubierta, vi su hombro y no podía más por mis adentros. La boca se me entreabría, cuando caminaba ese trayecto entre el ascensor y la puerta parecía que las luces la iluminaban a cada paso, los pájaros a lo lejos entonaban en do mayor, las bocinas conseguían ser las trompetas que acompañaban el desfile real. Todo era perfecto. Hasta el momento nunca la vi a la cara. Ella abrió la puerta. Levanté un poco más la mirada y la vi directo a los ojos. De vuelta esa mirada cálida, esos ojos celestes que supieron acuñar mis mayores deseos y tertulias, esa mirada que me invitaba a quedarme callado para sentir ese lenguaje de los enamorados. Ella me dijo hola y sonrío con ímpetu, también su sonrisa era diáfana y no desentonaba para nada. Ya lo dije: era un ángel, no podía esperar menos.
La salida fue hermosa. Hablamos mucho y a mí el hecho de establecer los vínculos de esa forma me apasiona mucho. Sobre todo con un áng… está bien ya es suficiente. Tomamos unas copas, hablamos mucho y la acompañé a la casa. En el camino íbamos hablando todavía y los temas iban desde los más terrenales hasta los más filosóficos. Era todo perfecto.
Llegamos hasta la puerta de la casa. Nos estacionamos en el umbral. Yo estaba sobre la vereda todavía, nos separaba un escalón. Ella antes de abrir la puerta y, mientras hacía bailar el manojo de llaves entre sus finos dedos, se paró delante de mí, me miró con esa mirada suave, sonrió levemente y me dijo con esa voz dulce: “gracias, la pasé muy bien”. No quise hablar en ese momento, yo estaba atontado con su mirada y solo sonreí. Pasaron dos segundos y el corazón no dejaba de palpitarme. Repetía en mi cabeza “es ahora o nunca”. Di un paso, subí el escalón, y nuestras narices se frotaron, solo una rendija nos separaba. Una hendidura entre medio de nuestros pechos y nuestros seres, ese espacio que se genera entre dos personas y que hace que cada segundo sea eterno y hermoso.
Por esa rendija que separaba nuestros cuerpos se reunían todos los deseos y los pensamientos que supe tener durante varias semanas. Traspasar esa rendija significaba romper con todos mis esquemas, con todas mis inseguridades y con todos mis miedos. No era solo romper un hueco caprichoso que separa a dos transeúntes. Era un cambio de paradigma. La rendija supo permanecer unos segundos hasta que subí despacio mis manos para tomar su cara. Estaba tocando su tersa piel. El semáforo nos teñía de rojo y éramos fuego. Un bocinazo huérfano se arrebataba y se perdía en la noche. Incliné mi cara un poco mientras la miraba fijo a los ojos. Un pájaro volaba agitando las alas. Una pluma cayó despacio como suicidándose y fue a dormir al pavimento. Mientras la pluma dormía, yo la besaba profundamente.
Fue un beso que duró unos minutos pero para mí fueron años. Un beso donde sentí como sus labios rosas acariciaba despacio mi boca. Yo le acariciaba la cara tratando de entender y comprobar si el ángel por fin estaba conmigo. Si. Era todo real. Corazón fulgurando y ya todo era infinito.
Al otro día me levanté feliz porque estaba empezando a salir con la mujer que me partió la cabeza durante meses y la que hizo que se me plantaran muchas dudas sobre mi actual relación. Eventualmente nos seguimos viendo y seguíamos besándonos con el mayor de los amores. Mientras que con mi novia era todo ríspido aunque se compensaba con los momentos intensos que teníamos en la cama.
Con el pasar del tiempo tuve muchísimas más dudas. No sabía qué hacer, estaba enamoradísimo del ángel y con mi novia había cada vez más fricción. Me replantee toda mi relación en tan solo unos meses y pensar que todo empezó con una mirada. Eso es lo más loco que todo empezó con una mirada. Que entre nosotros de buenas a primeras hubo una suerte de magia. Ya no era fiel, pero no solo eso, había sido infiel hasta a mí mismo porque seguía encastrado en una relación que era una mentira para mí. De las mentiras más austeras.
Hasta que decidí tomar la vía del corajudo, la del que se la juega y no le importa nada. Dejé a mi novia y empecé a salir con “el ángel de ojos celestes”. Fue difícil terminar esa relación. No sé si nos amábamos, pero nos soportábamos y hasta incluso después del hartazgo.
La relación al principio fue hermosa, lo mejor que sentí en mi vida, después cambio su color, siguió siendo un poco más lejana, ella venía tarde o no quería salir hasta que un día sucedió lo peor que me podría haber pasado: ella poco a poco me fue olvidando.
Hacía ya varios días que no nos veíamos, podría decir que dos semanas. Ella me dejó de hablar y yo quedé clavado y boyando en la nada ¿dejé una relación por esta que ni me habla? En realidad el ángel de ojos celestes fue la que hizo que en mi se activara el coraje, en realidad no dejé nada por ella. Lo había dejado por mí. Pero eso no lo entendía en ese momento. Habían pasado algunas semanas ya sin vernos y un día mientras caminaba por Avenida Córdoba sobre Bulnes la veo a ella besándose con otro. Me quedé en blanco. Me quedé parado y congelado, un calor me empezó a recorrer toda la cara. Cuando el calor se fue llegó el frío y la terrible angustia que esto me generó. Lo cierto es que estoy seguro de que era ella, no le vi la cara, no me atreví a acercarme para comprobarlo, la reconocí por la mochila. Hasta el día de hoy recuerdo que era azul con una mancha blanca. Quizás mi mente intentó convencerme de que era ella—aunque podía no ser ella—, para que yo tuviera por fin un motivo para no hablarle más y aceptar que todo terminó.

Todo esto me hace pensar en todas las decisiones que tomé a lo largo de ese año. Le mentía a mi novia a veces y le mentía al ángel de ojos celestes. Pero también era feliz mientras estaba con mi ángel y la felicidad cuando estaba con mi novia iba mermando. Entonces me replantee el hecho de la fidelidad y me preguntaba ¿a qué o a quién realmente le estaba siendo fiel? Por supuesto: es retórica.
Lo que sí nunca me arrepentí en dejar a mi novia por algo que no sabía si iba a ocurrir. Porque a veces es hermoso arriesgarse, las cosas pueden salir para cualquier lado tanto para bien como para mal. También arriesgarme me sirvió para entender que podía conseguir otra pareja, que podía ser amado por otras mujeres. Tanto mis miedos como inseguridades se esfumaron en un segundo. En cierto punto crecí y aprendí a valorar un poco más mis sentimientos y a aprender a expresarlos a tiempo. Cuando las cosas no van, no van, pero tampoco van a ir en el futuro porque no existe el cambio, ninguno reconoce sus errores y por lo tanto no hay cambio. Cuando se vuelve, se vuelve con los mismos errores a cuestas y prestos a volverse a cometer.

 

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