I
Corrían mis eternos veinte años
—no es que todavía los tenga porque me sienta joven, sino porque sigo siendo
igual de ingenuo— y yo todavía estaba de novio. Hace ya dos años que estaba en
la facultad y me había emancipado de mi grupo de pertenencia. Dejé atrás varios
amigos que supe hacer en el turno mañana para emprender una nueva etapa en el
turno noche. Cursé varias materias de distinto calibre y todas las cursé solo
con varios compañeros que no conocía. Mi timidez —también eterna, pero ahora
menos patológica— me impedía hablar con mucha gente y hacer nuevos amigos, así
que dedicaba las horas a prestar atención y a escuchar la clase; durante los
recreos me la pasaba pensando en mi novia, en lo que tenía que hacer, miraba el
celular.
Pasaron los días y algunos meses
también y hablaba con alguno que otro. Poco a poco me iba soltando e iba
mostrando, en absoluta confianza, mi verdadero yo: un tipo sensible al que le
gustaba hacer chistes sobre todo lo que escuchaba.
Para ese momento yo gozaba de una
cierta estabilidad emocional porque tenía novia y estaba enamorado dentro de
todo. Estabilidad que se traducía en miedo a pérdida, en inseguridad porque
pensaba que ella era la única mujer capaz de enamorarse de un tipo tan
beligerante, libre, leal y mentiroso, muy pensante y maquinador que le gustaba
hacer lo que quería todo el tiempo, a quién le gustaba vivir todo como si fuera
un realismo mágico sacado de un libro de Rulfo. Yo pensaba, para ese momento,
que mi novia era todo, que me iba a casar y que nuestros hijos se iban a llamar
Julio y Maga. Pasaban los días y esa inseguridad y miedo de no querer que me
dejen por la incertidumbre que genera no volver a encontrar otra persona que me
ame con esa locura insana, se transformó en un clavo para mí, en algo que no me
permitía avanzar del todo, que no hacía que yo pudiera conocer a otras mujeres
porque el miedo de que ella se enterara podía hacer que yo me quedara solo para
siempre.
Empecé el tercer año en la
facultad, el segundo a la noche y tal fue ese miedo, esa cadena psicológica que
apenas entré a la clase de Selección de personal y me preguntaron quién era,
contesté: Soy Matías, estudio hace tres años, trabajo en un banco y tengo
novia. ¡Tengo novia! ¿Por qué dije eso? ¿Para qué? ¿Qué buscaba? Quizás dentro
de mí pensaba: si lo digo estoy manteniendo intacto el buen nombre de mí amada
mujer.
II
Estaba sentado detrás de una
compañera y lo que voy a contar a continuación puede sonar más bien lisérgico o
como digo “muy flashero”, pero realmente lo viví así. Estaba sentado detrás de
una compañera, una rubia a la que yo había visto entrar. Supe ver sus ojos
celestes que hicieron que trague saliva y comience a respirar más rápido, el
corazón me palpitaba y durante tres segundos no supe disimular que la estaba
viendo, hasta que por fin reaccioné “Maty, la estás viendo demasiado, vas a
quedar como un violador” y corrí mi cara de arrebato como para dar a entender
mi acérrima fidelidad.
Ella estaba sentada y yo detrás
—perdón suelo desviarme, el relato tiene mucha memoria emotiva—. El profesor
pregunta algo y yo contesto, y así sucedió el evento más mágico de toda la
historia. El momento en el que me replantee toda mi relación. Cuando termino de
contestar veo que esta mujer se da vuelta y me mira. Sostiene su mirada durante
cinco segundos. Nos miramos y un hilo rojo se estaba tejiendo entre los dos. Yo
inclinaba mi cabeza de a poco hacia la derecha. Ella empezó a sonreír levemente
y pude ver de refilón sus hermosos dientes. Una luz diáfana y cenital se posaba
encima de ella y la hacían ver tan angelical que hizo que yo también le
sonriera tímidamente. Su pelo danzaba al compás de un vals que me invitaba a no
dejar de mirarla. Un mechón lentamente se posó en su ojo y ella con su mano lo
metió detrás de su oreja. Nunca dejamos de mirarnos. Esos cinco segundos fueron
para mi eternos y hermosos. Nunca sentí las pulsaciones tan arriba, me puse
nervioso, ella era hermosa, la mujer más hermosa que conocí, ella me había
mirado de tal forma que sentí que me estaba auscultando el alma, sentí que mi
corazón ya era suyo, que no podía dejarla escapar. Era algo muy raro lo que me
pasaba o quizás yo era un muchacho muy enamoradizo queriendo encontrar otra
mujer y liberar todos esos miedos e inseguridades que me agobiaban.
La clase terminó y ella se
levantó raudamente. Yo la seguí pero con disimulo. Seguir a un ángel es difícil
porque si se dan cuenta puede que ya no te contenga su divino regazo. Voy a
dejar un poco la cursilería. Entonces ella salió y me acuerdo que caminaba para
el mismo lado que yo. Un poco me alegró esta noticia porque quizás podría
compartir aunque sea unos metros de nuestros sempiternos kilómetros. Ella
caminó tan rápido que yo no tuve el coraje para correrla. Pero tampoco era
necesario. Aunque me moría de ganas dije: si la corro va a pensar que me la
quiero violar o que soy un maniático. Pero si lo sos Maty. Si ya sé, pero es
mejor que todavía no lo descubra.
Pasó la semana y por dentro
sentía las irrefrenables ganas de estar con ella. Estar con mi ángel rubio y
besarnos y hacer el amor. Mientras tanto compartía mi vida diaria con mi novia.
Poco a poco se convertía en una relación monótona. Mi novia me decía: estás
raro, estás distinto ¿te pasa algo?, yo le decía que no, que nada que ver, que
estaba agobiado por mi trabajo. En realidad por mi cabeza se repetía como una
película una y otra vez los cinco segundos en que esos ojos celestes me miraron
el alma y me acariciaron el corazón. Estaba totalmente atontado y pensaba en
esta mujer todo el puto tiempo.
La volví a ver en la facultad y
aquí es donde este relato empieza a acelerarse hasta llegar a la conclusión.
Pasaron los días y la segunda clase que nos vimos le dije: el otro día te
fuiste corriendo, pareces un robot y ella se rio porque también la imité con
buena onda. Le dije que iba para el mismo lado y ella me dijo bueno hoy nos
vamos juntos y por mis adentros sonaba la música de la victoria, todo mi ser
estaba de fiesta aunque mi cara reflejaba un insípido “bueno dale”.
III
Nos fuimos conociendo poco a
poco, yo encontré en ella una persona sensible que pintaba, que era generosa
que se reía de todo lo que yo le decía, que me miraba y en su mirada yo me
tranquilizaba y encontraba un poco de amor. Una persona que era diferente a
todas las que conocía. Que hacía que mi corazón palpitara y que tuviera ganas
de amar otra vez. Para ese momento en mi pareja estábamos atravesando un
momento difícil y yo sentía que ya no la amaba tanto. En realidad sentía que ya
iba perdiendo el miedo y las inseguridades: me sentía más libre.
Un día y después de conocernos y
hablar bastante durante todo el cuatrimestre tuve el coraje de invitarla a
salir. Ella aceptó y la música en mis adentros era otra vez de victoria. Iba a
salir con un ángel y no podía ser poca mi alegría. Estuve rozagante durante los
días venideros hasta que llegó el fin de semana.
El sábado me preparé bastante.
Estuve eligiendo la ropa una media hora, me afeité, por supuesto me bañé, antes
había ido a la peluquería, me puse perfume y también gel. Los ángeles no
merecen menos que eso. La pasé a buscar a su casa de Almagro. Ella bajó y
cuando el ascensor se abrió vi un jean azul que sobresalía, que, si bien no
desentonaba tanto, era acorde. Levanté un poco la mirada y vi una remera azul
que era mitad manga entera y mitad descubierta, vi su hombro y no podía más por
mis adentros. La boca se me entreabría, cuando caminaba ese trayecto entre el
ascensor y la puerta parecía que las luces la iluminaban a cada paso, los
pájaros a lo lejos entonaban en do mayor, las bocinas conseguían ser las
trompetas que acompañaban el desfile real. Todo era perfecto. Hasta el momento
nunca la vi a la cara. Ella abrió la puerta. Levanté un poco más la mirada y la
vi directo a los ojos. De vuelta esa mirada cálida, esos ojos celestes que
supieron acuñar mis mayores deseos y tertulias, esa mirada que me invitaba a
quedarme callado para sentir ese lenguaje de los enamorados. Ella me dijo hola
y sonrío con ímpetu, también su sonrisa era diáfana y no desentonaba para nada.
Ya lo dije: era un ángel, no podía esperar menos.
La salida fue hermosa. Hablamos
mucho y a mí el hecho de establecer los vínculos de esa forma me apasiona
mucho. Sobre todo con un áng… está bien ya es suficiente. Tomamos unas copas,
hablamos mucho y la acompañé a la casa. En el camino íbamos hablando todavía y los
temas iban desde los más terrenales hasta los más filosóficos. Era todo
perfecto.
Llegamos hasta la puerta de la
casa. Nos estacionamos en el umbral. Yo estaba sobre la vereda todavía, nos
separaba un escalón. Ella antes de abrir la puerta y, mientras hacía bailar el
manojo de llaves entre sus finos dedos, se paró delante de mí, me miró con esa
mirada suave, sonrió levemente y me dijo con esa voz dulce: “gracias, la pasé
muy bien”. No quise hablar en ese momento, yo estaba atontado con su mirada y
solo sonreí. Pasaron dos segundos y el corazón no dejaba de palpitarme. Repetía
en mi cabeza “es ahora o nunca”. Di un paso, subí el escalón, y nuestras
narices se frotaron, solo una rendija nos separaba. Una hendidura entre medio de
nuestros pechos y nuestros seres, ese espacio que se genera entre dos personas
y que hace que cada segundo sea eterno y hermoso.
Por esa rendija que separaba
nuestros cuerpos se reunían todos los deseos y los pensamientos que supe tener
durante varias semanas. Traspasar esa rendija significaba romper con todos mis
esquemas, con todas mis inseguridades y con todos mis miedos. No era solo
romper un hueco caprichoso que separa a dos transeúntes. Era un cambio de
paradigma. La rendija supo permanecer unos segundos hasta que subí despacio mis
manos para tomar su cara. Estaba tocando su tersa piel. El semáforo nos teñía
de rojo y éramos fuego. Un bocinazo huérfano se arrebataba y se perdía en la
noche. Incliné mi cara un poco mientras la miraba fijo a los ojos. Un pájaro
volaba agitando las alas. Una pluma cayó despacio como suicidándose y fue a
dormir al pavimento. Mientras la pluma dormía, yo la besaba profundamente.
Fue un beso que duró unos minutos
pero para mí fueron años. Un beso donde sentí como sus labios rosas acariciaba
despacio mi boca. Yo le acariciaba la cara tratando de entender y comprobar si
el ángel por fin estaba conmigo. Si. Era todo real. Corazón fulgurando y ya
todo era infinito.
Al otro día me levanté feliz
porque estaba empezando a salir con la mujer que me partió la cabeza durante
meses y la que hizo que se me plantaran muchas dudas sobre mi actual relación.
Eventualmente nos seguimos viendo y seguíamos besándonos con el mayor de los
amores. Mientras que con mi novia era todo ríspido aunque se compensaba con los
momentos intensos que teníamos en la cama.
Con el pasar del tiempo tuve
muchísimas más dudas. No sabía qué hacer, estaba enamoradísimo del ángel y con
mi novia había cada vez más fricción. Me replantee toda mi relación en tan solo
unos meses y pensar que todo empezó con una mirada. Eso es lo más loco que todo
empezó con una mirada. Que entre nosotros de buenas a primeras hubo una suerte
de magia. Ya no era fiel, pero no solo eso, había sido infiel hasta a mí mismo
porque seguía encastrado en una relación que era una mentira para mí. De las
mentiras más austeras.
Hasta que decidí tomar la vía del
corajudo, la del que se la juega y no le importa nada. Dejé a mi novia y empecé
a salir con “el ángel de ojos celestes”. Fue difícil terminar esa relación. No
sé si nos amábamos, pero nos soportábamos y hasta incluso después del hartazgo.
La relación al principio fue
hermosa, lo mejor que sentí en mi vida, después cambio su color, siguió siendo
un poco más lejana, ella venía tarde o no quería salir hasta que un día sucedió
lo peor que me podría haber pasado: ella poco a poco me fue olvidando.
Hacía ya varios días que no nos
veíamos, podría decir que dos semanas. Ella me dejó de hablar y yo quedé
clavado y boyando en la nada ¿dejé una relación por esta que ni me habla? En
realidad el ángel de ojos celestes fue la que hizo que en mi se activara el
coraje, en realidad no dejé nada por ella. Lo había dejado por mí. Pero eso no
lo entendía en ese momento. Habían pasado algunas semanas ya sin vernos y un
día mientras caminaba por Avenida Córdoba sobre Bulnes la veo a ella besándose
con otro. Me quedé en blanco. Me quedé parado y congelado, un calor me empezó a
recorrer toda la cara. Cuando el calor se fue llegó el frío y la terrible
angustia que esto me generó. Lo cierto es que estoy seguro de que era ella, no
le vi la cara, no me atreví a acercarme para comprobarlo, la reconocí por la
mochila. Hasta el día de hoy recuerdo que era azul con una mancha blanca.
Quizás mi mente intentó convencerme de que era ella—aunque podía no ser ella—,
para que yo tuviera por fin un motivo para no hablarle más y aceptar que todo
terminó.
Todo esto me hace pensar en todas
las decisiones que tomé a lo largo de ese año. Le mentía a mi novia a veces y
le mentía al ángel de ojos celestes. Pero también era feliz mientras estaba con
mi ángel y la felicidad cuando estaba con mi novia iba mermando. Entonces me
replantee el hecho de la fidelidad y me preguntaba ¿a qué o a quién realmente
le estaba siendo fiel? Por supuesto: es retórica.
Lo que sí nunca me arrepentí en
dejar a mi novia por algo que no sabía si iba a ocurrir. Porque a veces es
hermoso arriesgarse, las cosas pueden salir para cualquier lado tanto para bien
como para mal. También arriesgarme me sirvió para entender que podía conseguir
otra pareja, que podía ser amado por otras mujeres. Tanto mis miedos como
inseguridades se esfumaron en un segundo. En cierto punto crecí y aprendí a
valorar un poco más mis sentimientos y a aprender a expresarlos a tiempo.
Cuando las cosas no van, no van, pero tampoco van a ir en el futuro porque no
existe el cambio, ninguno reconoce sus errores y por lo tanto no hay cambio. Cuando
se vuelve, se vuelve con los mismos errores a cuestas y prestos a volverse a
cometer.
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