domingo, 28 de julio de 2013

Una estrategia psicológica

Estrategia psicológica

El paradigma en una sociedad paradigmática


¿Por qué el título es así? ¿Vas a hablar de psicología? No. Se llama así porque creo haber hecho una especie de jugarreta psicológica, sin la intención de querer hacerlo. Lo hice pero me di cuenta que había hecho esta especie de estrategia psicológica al otro día. La he nombrado: bajar un escalón para que el otro baje dos escalones.
¿De qué se trata? Básicamente de reconocer errores para que el otro reconozca los suyos. Nada de misterio tiene esto. De hecho debería ser algo normal, pero no lo es.



Hoy en día estamos en una sociedad, en algunos aspectos, beligerante. No hace falta ver que desde muchos aspectos la sociedad está algo dividida. Ya no solo el fútbol nos separa en una suerte de castas, en donde el hincha del mejor equipo puede opinar o burlarse y el hincha de un equipo menor tiene derecho a permanecer en silencio. Ahora este aspecto se ha transpolado a la política o, mejor dicho, a los ideales políticos. Uno puede sostener su discurso político pero inmediatamente habrá un detractor que no solo devalúe el argumento de una persona, sino, también, a la persona. Lo cual es un error.
Está bien, los ideales no se pueden separar de la persona, pero si podemos separar características físicas de los ideales. No hace falta decirle “negro” a un tipo que es de ideología de “izquierda”. A eso voy. Porque eso es lo que se está dando mucho en la discusión o el debate hoy en día.
Muchas veces se escucha en un debate subido de tono que uno agrede al otro, pero aludiendo a cosas personales. Ya no se trata de rebatir la postura argumental, se busca herir a la persona con lo más bajo que se encuentre.

Entonces ¿Cuál es el resultado? El resultado es algo así:

A: —Yo estoy a favor del aborto. Porque creo que las mujeres deben decidir.
B: —Callate si vos sos un nazi y además con esa cara no podés opinar.

Típico. Este es el debate que se da. Usted pensará que es de alto vuelo, pero no se deje engañar.

Este es, como quién dice, un “flagelo” en la sociedad. No es tan grave, pero genera un vacío en las mentes venideras. Esto es porque nos ven debatiendo así y ellos, los jóvenes, replicaran con el mismo énfasis estas líneas argumentales nulas. No dirán nada. Dentro de diez años nuestros hijos y sobrinos no sabrán ni defender con las palabras lo suyo. Es una visión un poco fatalista. Pero sólo estoy advirtiendo.
En este contexto es dónde nos tenemos que mover. Hoy en día los argumentos están devaluados y cada uno prefiere evitar el desasosiego que genera discutir con alguien que no está de acuerdo con nosotros. El desacuerdo hoy en día es generador de coacción: tanto verbal como física.


El otro día estaba parado en el umbral de un bar. Esperaba a que den las diez de la noche para que empiece un show que estaba a punto de dar. El ríspido frío de otoño hizo que no parara de  refregarme las manos. El interior del bar, que estaba detrás de mí, hacía que mi atmósfera se impregnara del abucheo.
Mientras me fumaba un cigarrillo, pensaba. Solté el aire. Mis ojos se tiñeron de esa humareda grisácea. La gente pasaba casi ciega de un lado a otro. Me abaniqué la cara para dispersar el humo. Los autos que arrancaban raudos al darse la luz verde. Seguía fumando y esta vez daba una bocanada más profunda. Los abucheos se incrementaban: había más gente. Se acercaba más gente a donde yo estaba. Solté el humo contenido. Un contingente de personas que conocía de hace tiempo se apersonó.

Saludé una por una a las personas que integraban ese grupo. Dentro de estas personas estaba una chica con la cual había tenido un conflicto tiempo atrás y que, después de meses sin verla, me reencontraba con ella ese mismo día y en ese lugar.

No importa tanto el conflicto que tuvimos sino lo que voy a contar a continuación.

La vi. Estaba con el novio. El novio me saludó y entró al bar. Di una pitada a mi cigarrillo. Ella sacaba un cigarrillo y lo prendía y el chic chic del encendedor soltaba una larga llamarada. Yo la miraba. Di otra pitaba para tomar coraje. Ella acercó el cigarrillo a su boca y las pitadas tiñeron de rojo fuerte la punta del cigarro. Dio una rauda pitada. Aspiró un poco. Yo la seguía mirando y pensaba unos segundos más en cómo iba a encararla. Abrió la boca para contener ese humor blanco amontonado. Me rasqué la nuca. Dudé unos segundos. Seguía midiéndola. Ella Soltó el humo de un solo tirón y pude ver otra vez esa pantalla gris que difuminaba el firmamento. Caminé un paso, me decidí. Ella puso el cigarro en su boca. Caminé otro paso y dejé mi cigarrillo reposando entre mis dedos. Ella aspiró. La punta de su cigarro se tiñó de rojo.

—Disculpá ¿Puedo hablar con vos? —la interrumpí y su cigarrillo quedó colgando de su boca y sus ojos se abrieron de par en par.
—Si. Dale.

Le comenté que, tiempo atrás, cuando habíamos tenido el conflicto, tuve cierta responsabilidad. Le pedí disculpas por mi equivocación, fue un error. Le aclaré que yo no tenía maldad en mi accionar y volví a reiterarle mis disculpas. Quiso hablar y levanté la voz para interrumpirla. Continúe y le aclaré que me había dolido que ella publicara mi error en una red social. Le dije que soy una persona con la cual se puede hablar tranquilamente y de todo. Ella me reconoció su error y me pidió disculpas.

Ambos expusimos nuestros argumentos y nuestros pareceres. Ambos nos pusimos en el lugar del otro. Ambos llegamos a un acuerdo, al dificultoso consenso.
Pero llegamos a consensuar no porque hay que quedar bien. Fue porque ambos entendimos y comprendimos los errores. Llegamos al consenso, también, porque expusimos ideas claras y ninguno atacó características personales, sino que atacamos el problema.


Pero a todo esto ¿por qué la “teoría” se llama: yo bajo un escalón para que el otro bajé dos escalones?
Muchos piensan que, hoy en día, asumir los errores y responsabilidades es rebajarse hacía la otra persona. Y esto no es así. Es todo lo contrario. Nuestra psiquis funciona con cierto grado de culpa (esto no lo sé, pero lo presumo). Entonces imaginate esto: viene un sujeto y te dice: “Me equivoqué, pero vos también te equivocaste”. Vos te ubicas en el lugar de: “Este tipo asumió su error y me está pidiendo que asuma los míos que encima son verdaderos”.
Entonces el receptor de la declaración, siente la culpa de que se ha equivocado. Pero también siente que no tiene nada para decir. Que ya todo se ha dicho. Solo queda dar explicaciones al respecto y pedir otras disculpas.
Aunque quizás no haya explicaciones, si es muy probable que se dé esto de bajar escalones. Cuando yo dije que uno baje un escalón, quiere decir que uno esté dispuesto a asumir sus responsabilidades. Entonces la otra persona las recibe. Recibe tanto los errores suyos, como los propios. Entonces baja dos escalones.


Para resumir la idea, quiero decir que esta bueno demostrar que uno se ha equivocado, antes de señalar que el único que se equivoco es el otro. Reconocer los errores de uno hacen que el otro tome otra postura, porque no espera que la gente de hoy actúe así. No me refiero a que esto sea una estrategia psicológica para ganar una compulsa, para demostrar quién tiene razón. No. Se trata de ganar la batalla contra la hipocresía. Porque siempre hay un error nuestro detrás de las reacciones de los demás. Pero es más fácil decir que el otro está loco y no asumir que pudo haber algo que uno no ha hecho, o algo que uno ha hecho mal. Nadie se rebaja a nada. Todo lo contrario: uno se agiganta cada vez más, tiene más grandeza asumir los errores que encarar la guerra más terca hacia una verdad inexistente.


SALUDOS!!!!



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